Arena en mis zapatos
La sinrazón de la alimaña
La noche está agradable pese a estar en los últimos días del mes de Octubre. En mi regazo unos libros de texto dormidos al sopor de las clases nocturnas. Me gusta la soledad, caminar al abrigo de las sombras con ausencia total de miedo. Adentrarme en calles oscuras, sortear e incluso retar peligros.
Un vehículo aminora la marcha hasta detenerse a mi altura.
- ¿Qué haces tan sola? ¡Sube, qué te llevo a casa!.
Conozco esa voz. Es el dueño del bar al que vamos, de tarde en tarde, a hacer novillos mis compañeros de clase y yo. En el que intento pagar y nunca me dejan. Las explicaciones ante mi insistencia siempre son las mismas:
- Estás invitada. Ordenes del jefe-. Lo que provoca mi desconcierto e incluso mi enfado.
Me observa con esa mirada no sé muy bien si de amor, de loco o de loco de amor. Atento, educado, sonriente. Un cincuentón, casado y con hijos. Dueño de varios negocios. Un hombre respetable según definición de la real academia del adulto. Le digo que no y le agradezco el gesto. Insiste.
- ¡Sube, anda! A mi no me cuesta nada acercarte. Además no acepto un no por respuesta.
No tengo ganas de iniciar una discusión ya de antemano perdida, idéntica en resultados a las que mantengo con sus mozos de barra. Accedo y subo al coche.
- ¿Dónde vives?... Antes de llevarte tengo que llevarle unos papeles a un amigo. Es un momento y está aquí cerca.
El coche se pone en marcha. Salimos de la ciudad y entramos por carreteras secundarias de trayecto sinuoso. No consigo saber hacía donde vamos. El no hace más que hablar y preguntar. Yo simplemente contesto con monosílabos. Tengo la sensación de que el tiempo es eterno. Curvas y más curvas. El crepúsculo señala oscuras tinieblas de tinte premonitorio.
Frena el coche y apaga el motor. Supongo que ya hemos llegado a destino. Observo a mi alrededor, no veo casas, ni rastro de vida civilizada. Él se abalanza sobre mí, bestia implacable de afilados dientes, brillo siniestro en sus pupilas. Consigo librarme de sus garras, abrir la puerta del auto y salir corriendo. Mis pies pisan arena y huyo en dirección al mar. Quiero adentrarme en sus aguas negras, ahogar mis penas y con ellas mi fatalidad. Casi, casi lo alcanzo... hasta que un golpe brusco en la espalda, me hace caer como un peso muerto. Forcejeos, ruegos...
- ¡Isabel, piensa! ¡Intenta pensar!- me digo a mi misma. -No sabes donde estás, es de noche, no hay nadie alrededor. Isabel, es sólo tu cuerpo, no tu alma... ésa bien sabes desde niña que nadie te la podrá arrebatar.
Me quedo inmóvil, en quietud extracorpórea. La misma pasividad que experimenta la gacela agónica bajo las fauces de una fiera hambrienta, incapaz de librar su destino fatal. Fundida en el silencio de la nada mientras mi espíritu se eleva y aleja de mi materia inerte. Vuelvo mis ojos al cielo para implorar deseos inútiles al brillo de las estrellas. Atrás quedan los gruñidos de alimaña. Mi sentido auditivo se centra únicamente en el sonido del mar. Un mar en calma de olas suaves meciendo la arena se confunden con un mar de aguas bravas que rompen mis entrañas...
Por Dios!! se me ha puesto el vello como escarpias. Indefensión, angustia acojonante, pánico...todo eso me has hecho sentir. Sin palabras (espero que sólo haya sido un relato!!!)
ResponderEliminarUn fuerte abrazo Mabel
La realidad siempre supera la ficción, Marybel. Otro demonio que saco fuera.
EliminarUn fuerte abrazo.
Sé que es innecesario, sé que lo sabes, que conocías de antemano el sentimiento que ibas a despertar a todos los que te leyéramos..pero tengo que decirlo, !Lo siento muchísimo!. Besos, muchos!!!
EliminarGracias Marybel por tus palabras y esos besos.
EliminarAy Mabel querida cuánta mierda en tu vida muchacha.Lo siento tanto.Bien por sacarlo .Te abrazo fuerte mujer
ResponderEliminarGracias Rosario Vecino.
EliminarMabel Qué gusto leerte. Más allá del momento lo cuentas de una manera suelta, espero que hable de superación y solo de un feo episodio.
ResponderEliminarCariños linda
Gracias Silvana, espero que esto me ayude.
EliminarUn abrazo.
Sacúdete la arena, Mabel, la vida puede comenzar hoy, ahora. Un abrazo.
ResponderEliminarMe la estoy sacudiendo a base de bien... espero que tengas razón y mi vida empiece ahora, Alfredo.
EliminarUn abrazo que te agradezco con toda mi alma.
También suponía que era una ficción. Es un relato estupendo. Te conozco poquísimo, pero veo una gran mujer. Un abrazo a la distancia querida Mabel.
ResponderEliminarYa ves Gildardo, no sé porque a algunos nos toca vivir cien vidas en una. Gracias por tus palabras y por ese abrazo que a pesar de la distancia, me llega.
EliminarNo dejes de escribir, Mabel. Primero para sanear tu espíritu; segundo porque lo hacés muy bien.
ResponderEliminarTe comenté en Ultra.
Abrazo, preciosa.
Gracias Mirella, seguiré saneando mi espíritu.
EliminarUn abrazo y un beso.
Cuando las cosas se cuentan con esa naturalidad, resultan verídicas y tocan corazón.
ResponderEliminarTe diré que pese a lo terrible del asunto, el final es sumamente poético.
Me gusta como escribes, Mabelleine.
Comparto.
Namasté.
Gracias Morgana, hay momentos que no te queda otra que transformarlos en poesía... serían demasiado duros de llevar de otra forma.
EliminarUn abrazo.
Brutal, me he quedado de piedra no se ni qué decir.. muy duras palabras me producen tensión, rabia, impotencia..
ResponderEliminarGracias Josema por tus palabras.
EliminarUn abrazo.
Quiero creer que esa forma tan tuya de crear este relato, que es una vivencia, por lo mismo entraña una superación de tan abyecta experiencia. Escribir – y me parece más como tú lo haces, con ese valor – siempre ayuda a renacer, reinventarse y mirar la vida desde la perspectiva de valiente que sobrevive a sus dificultades por espantosas que sean.
ResponderEliminarMe conmueve mucho este texto y te felicito porque no es sencillo hacer esto que tú haces. Un fuerte abrazo Mabel.
Gracias por tus palabras, Gonzalo, y por ese fuerte abrazo.
ResponderEliminarme gusta tu estilo esta de moda me he dado cuenta no poner final al cuento
ResponderEliminarcada uno se imagina lo que quiere
muy interesante
gracias por compartirlo
Gracias a ti, Recomenzar, por leerme y comentar.
EliminarUn saludo.
Vaya... Me quedé inmóvil, sorprendida como la protagonista. Lo vi venir, pero pensé que no que era tan obvio que no sucedería, pero pero me falló la confianza, el instinto como a la protagonista. ¿Al final hubiera decidido lo mismo que ella? No lo sé, pero no querría adivinarlo. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por tus palabras Lumy y ese abrazo.
EliminarQué liberador tiene que ser sacar a la luz éstas historias... seguro que estaban deseando salir, y no podían haber encontrado una manera más terapeútica...
ResponderEliminarEnhorabuena por mirar tus demonios de frente, ganas tú, no ellos, con esa actitud.
Un abrazo
Y me gustaría pensar que esa alimaña encontró lo que se merece...
EliminarLiberador y también agotador, siempre me quedo un par de días sin fuerzas ni para el pestañeo.
EliminarGracias por tus palabras y por tu abrazo, Mónica.