Invisible hermandad

 
Alta traición sin canto de gallo


Echo la vista atrás y me pierdo en el túnel del tiempo. No sé en que momento, mi exceso de protección, hizo contacto en tus sensores provocando un cortocircuito de neuronas.
Tú, la hermana invisible. Lo más parecido a mi madre en tus años rebeldes, en los que la diferencia de edad y de estatura eran notables. Siempre contigo, contigo siempre.  A la que oculté los abusos para evitarte remordimientos.  A la que siempre defendí con uñas y dientes dentro y fuera de aquel hogar maldito. Si todos teníamos cartel, el tuyo era el de la rebelde, irresponsable,  rodeada de malas compañías por tu falta de criterio y de cerebro. Los carteles de aquel hogar eran y son incisivos e intemporales.


Emprendimos juntas la osadía de levantar un negocio desde cero, tuyo y mío. Luego vinieron las pesadas cargas, recomponer con urgencia el maltrecho negocio familiar, consecuencia de la mala y enferma cabeza de aquel padre colérico, incapaz de escuchar y gestionar.  Un ejercicio de halterofilia en dos tiempos. Una barra desequilibrada por el mal reparto de peso en sus discos. Exigía gran destreza y actitud mental excepcional. Un sacrificio personal en bien de no se sabe qué.

Asumimos riesgos, cientos de peligros, tal vez, innecesarios. Cada una dio lo suyo en la medida de sus posibilidades. Mis capacidades por aquel entonces eran mayores que las tuyas. No me importaba trabajar más horas, rendir al cien por cien en faceta multitarea. Comprendí que tu tenías marido y obligaciones y aligeré tu carga. Jamás tomé decisiones a tus espaldas.

Compartí contigo la dicha de ser madre. Imaginando, ilusa de mi, que el hecho de tenerla a ella nos uniría más si cabe. No tuviste hijos y quería regalarte el vivir conmigo la experiencia. El jarro de agua fría vino cuando recién salida de maternidad, ya en casa, dejaste de aparecer. Me vi yo sola, a doce pasos escasos de tu casa. Día tras día, la misma escena se repetía ante mis ojos tras los visillos de la ventana. Fue duro verte aparcar en la rampa de mi casa, ver como te alejabas, sin ni siquiera volver tu rostro hacia mi puerta y tomar dirección hasta la tuya. Así, durante meses. Hasta que un día, decidiste llamar al timbre y honrarnos con tu presencia. Ni un beso, ni un abrazo, ni un simple arrumaco al bebé. Te sentaste alejada de mi y de la sillita balancín en la que Lucía entonaba algo parecido a un canto. Adoptaste una postura artificiosa de visita forzada e incómoda. Y empezaste a parlotear, sin tomar aire, sin pausas. Hablaste de una clínica de fertilidad, de tener cinco hijos y un sin fin de bla, bla, bla. Nosotras te observábamos. Yo en silencio, Lucía con graciosas pedorretas.

Una mañana me preguntaste a bocajarro si estaba dispuesta a darte mis óvulos en caso de que los tuyos, por tu edad, ya no fueran de utilidad. Recibiste una respuesta afirmativa y hasta hoy, nunca más se supo.

Intenté compaginar, a malas penas, mi trabajo con el cuidado de Lucía. Luego vinieron los reveses, las lesiones y la depresión. Bien sabes que intenté seguir trabajando, sin faltar a mis obligaciones. Sin vacaciones ni descansos. Te cedí el testigo porque yo, ya no podía. Mis capacidades se han ido mermando hasta agotarse. Y a partir de ahí, asumiste el control y el descontrol. Hiciste y deshiciste, sin contar conmigo. Haciendo oídos sordos a mis consejos, me apartaste de tu lado y te asociaste, no sé muy bien, si con el mismísimo diablo.

Ya sé que ante ti, él es un superhéroe. A pesar de sus mallas raídas otrora magníficas, del atraso en  el vuelo de su capa para llegar a tiempo a fichar en el paro. Funesto día en el que perdió la prestación y saltaron las alarmas; y con ellas, la poca cordura y el mucho desatino.

Exigir la venta de mi casa, delante de mi hija. Irnos de recogidas a su casa, mientras él manejaba el dinero, mi vida y mi dignidad a su conveniencia. A día de hoy sigo sin dar crédito. Tú con tu mirada gacha, sin abrir la boca. No sé si fue real o una mala pesadilla. De poco importó que días más tarde, a solas las dos, me dieras la razón desolada en llanto. A veces, me pregunto si esa facilidad de lágrima tan tuya, es el exceso de hielo de tu corazón. Evidentemente, no lo permití. Y esa, parece ser que fue mi sentencia de muerte.

A partir de ahí, mi salud se ha ido deteriorando hasta obligarme a quedarme en casa. Hay días muy duros en los que mi hija me ayuda a levantarme, a vestirme y desvestirme. Mientras tu vives ajena a todo, a tan sólo doce pasos. No te preocupa si como, si respiro o malvivo. Te has hecho la dueña de todo: negocio, cuentas y coche.

En mis noches más oscuras, me abrazo con fuerza a Lucía y regresan mis pensamientos lóbregos. Duran muy poco. Imaginarla a ella en tus manos y en las de él, me insufla un valor inusitado de querer ver otro amanecer.

Cuando el dolor y el cansancio me lo permiten, mi vida es coser y cantar... cantar tristes fados a la luz de la luna. Sin miedo a la mala vida, ya me acostumbre a la muerte. Me asestas tu última puñalada por la espalda y se escucha balar, por tres veces, un cabrón cercano... yo diría que está a tan sólo doce pasos.






















Comentarios

  1. Judas hay en todas partes, Mabelleine.
    Me ha conmovido el relato que, además, está muy bien escrito. Creo que mejoras ostensiblemente. Y me ha conmovido por lo acerbo de su realidad, que nos cuentas sin añadirle hiel innecesaria o victimizándote, sino desde la asumción de unos hechos sobre los que aún sigues preguntándote sin encontrar una mínima respuesta satisfactoria.

    Aún así, esa mirada tuya, profunda y llena de inteligencia, me lleva a imaginar que sabes de sobra el porqué de todo lo ocurrido, y es que las mayores amistades y los amores más sentidos, pueden romperse por la envidia y los celos, que surgen en los seres que menos imaginamos, precisamente por amarlos.

    La familia no se elige, pero tú sí elegiste tener a tu hija que es la que te da fuerzas para enfrentar la vida. Yo estoy segura que dormir con la conciencia tranquila es un plus de vida, Mabelleine, que tú te mereces y tendrás.

    Muy buen texto por realista y transmisivo.

    Te abrazo, mujerona.

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    1. Gracias por tus palabras, Morgana. Si estoy mejorando es gracias a vosotros. No me gusta sentirme victima de nadie, ni culpar a los demás. Las cosas ocurren porque uno también las permite. Y soy consciente que he sido y soy demasiado permisiva (estoy en fase de reciclado), así que por lo tanto, yo también tengo parte de culpa, quizá más, porque soy capaz de apreciar mis fallos y aún así, ignorarlos bien sea por amor o por lealtad.

      Mi hija, mi conciencia y mis amigos... mis tesoros.

      Un abrazo, Morgana.

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  2. Pues continúas sacando lo que hay dentro, de forma magistral. Me ha dado tristeza leer. Imaginar lo que describes tan bien. Es feo sentirte traicionado por quien debiera amarte.
    Un abrazote Mabel

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    1. Gracias +Gildardo López Reyes. Nada de tristezas... todo pasa en la vida y al final, siempre acaba saliendo el sol. Las traiciones lo que traen es la pérdida de confianza... y esa, esa ya es difícil de recuperar.
      Un abrazote, compadre Gildardo!!

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  3. Eres como una caja de Pandora. Desde luego, es conmovedor y perturbador (diría que a partes iguales) el collage que nos vas dando de la familia. Supongo que la auto-justicia es una forma de redención también. Según iba leyendo, y con todo el respecto me he permitido imaginar que tu narración bien podría constituir un intento acertado por mostrar lo que se esconde detrás de muchas familias. Y me he acordado de los Ingals, el otro extremo. ¿Los recuerdas? Ese modelo de familia perfecta creado por Michael Landon que yo tampoco tuve la suerte de disfrutar.
    Excelente texto.
    Un fuerte abrazo

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    1. Creo que ha llegado el momento de abrir esa caja, sacar todos los males y volverla a cerrar cuando únicamente la esperanza habite en ella.
      Pues sí, tienes razón... "en todas las familias cuecen habas"!!!
      Claro que me acuerdo de los Ingals y el Michael Landon. Hay que ver el daño que nos hace el crecer con esas películas y series en las que todo es maravilloso en la familia y en el amor!!! jajajaja
      Gracias por pasarte y comentar, Marybel.
      Un fuerte abrazo.

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  4. Maaaabelita, ¿Cuando me dejas llevar a tu niña a Cabarceno? ¿No acabó ya el curso? Yo siempre cumplo mis promesas. Por cierto, que sepas que aunque ahora esté menos activo por las redes sociales, no dejo de vigilarte, jajajaja. Ni a ti, ni a esa amiga tuya con la que comparto hipoteca.

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