Bullying me

Ángeles de alas rotas


No fue un buen comienzo estrenar el colegio a los tres años y recibir un ataque a traición de un niño mayor. Llegaste a casa nerviosa, un lloro incontrolado acompañado de un descontrol de aguas menores al preguntarte por la escuela, me hizo sospechar que algo no iba bien. Mi presentimiento se convirtió en certeza al quitarte la ropa empapada en orín y ver tus braguitas manchadas de sangre.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo, pensé lo peor. No recuerdo ni cómo llegamos al médico pero allí te llevé. Con tu lengua de trapo y tu puesta en escena, nos describiste la agresión. Aquel energúmeno te tiró al suelo y te propinó un puñetazo en el pubis. Efectivamente, era sólo un golpe. 

Hablé con la Directora del centro. Fueron todo buenas palabras por su parte. Niño problemático, situación controlada... No te preocupes, no volverá a ocurrir, vigilaremos a tu hija...

Siete años en el limbo y seguimos igual. Distintos niños, distintas situaciones, insultos, amenazas y el miedo se instaló en tu ánimo. El pánico a ir al colegio se hace tangible diariamente en tus lloros, dolores de barriga, nerviosismo, falta de sueño y tus ojeras. Si me pongo firme y te obligo a ir, a las horas me llaman para decir que vaya a recogerte que no te encuentras bien.

Cansada de hablar con tus tutores. Los mismos argumentos, situaciones puntuales que siempre están controladas. No notan en ti la tristeza, en eso has salido a mi.

Cierto, las palabras se las lleva el viento. Y si suceden tragedias, lo escrito tan sólo queda para secar las lágrimas o limpiar el ojete. Si va a ser por papel, lo siento por contribuir a deforestar. Discúlpenme pero creo que la causa bien lo merece. 

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