Naranjas de la China

Naranjas de la China y las cincuenta monedas


Es curioso como el devenir del tiempo propicia en algunos la cura y en otros, no sé si más rencorosos o menos dados al perdón o más bien al olvido, no nos permitimos sanar. Perdonar es cosa de Dios y, como tal, le atañe a él y no a los simples mortales otorgar su gracia.

Mantengo la teoría que el que mucho aguanta, finalmente y contrariando a sus pensamientos más emocionales acaba cediendo a los racionales. Una vez decide traspasar el umbral  emocional ya no hay vuelta atrás, ya no hay sentimiento, emoción o causa que derrita el gélido muro de la indiferencia.

Tú mejor que nadie deberías saber cómo soy. Lamentablemente te has vuelto tan ruin, tan cercana a aquello que tanto odiabas que sólo te ves a ti. Ensimismada y engreída al punto de cometer el mayor de los errores: jamás acorrales al que ya no tiene nada que perder y lo que es más importante, nunca subestimes al que tienes frente a ti.

La miseria que uno arrastra es proporcional a lo que uno ofrece cuando se sabe vencido. Seis naranjas y cincuenta monedas por las sillas de mamá, definen a la perfección la pobreza de espíritu que arrastras desde tu infancia. 

No, no me conoces. Nos dejarás expuestas al frío más invernal mientras tus huesos se caldean en tu hogar. Nos dejarás sin alimentos, sin luz, sin agua... a la espera codiciosa de hacerte con el techo que hoy nos cobija.  

Mi querida hermana, yo no estoy en venta ni por seis naranjas ni por cincuenta monedas...

Las sillas se quedaran aquí, inamovibles como el orgullo del fracasado. 

Haz las cuentas y hazlas bien. Tu empecinamiento sólo nos conduce a una guerra sin vencedores pero sí con vencidos. 

Y mientras, esas seis naranjas que dejaste a la puerta de mi casa, se pudren en el frutero al mismo ritmo que el cariño ciego que un día te profesé. Al fin, me libraré de ti.







Comentarios