Ofidiofóbica o misógina




No todas las mujeres gozan de mi beneplácito y el sentimiento, no cabe duda, es recíproco. Para mi existen dos tipos de mujeres: las Lilith y las Eva. 

Las primeras descienden de Lilith, la mujer creada al mismo tiempo que Adán y a semejanza de Dios. La que abandona al marido y el jardín del Edén. Orgullosa de su condición de hembra. Muchas leyendas demoníacas se le atribuyen a esta rebelde definida como lujuriosa por no querer someterse a la clásica postura del misionero y pretender innovar los menesteres de la coyunda. De ella dicen las malas lenguas que terminó copulando con demonios -bien sabe Dios que son mucho más satisfactorios y entregados en el intercambio de fluidos-, rapta y asesina niños, colecciona el semen de las poluciones nocturnas... en fin, publicidad negativa y engañosa de un blandengue Adán que no pudo superar el abandono. Ninguna otra pudo ocupar su lugar ni darle la vidilla y el goce que disfrutó en el poco tiempo de convivencia. Y así se convirtió, el primer varón en la faz de la tierra, en el abanderado de un sin fin de mentecatos que despotrican sobre este tipo de féminas.  

Las segundas descienden de Eva, formada a partir de la costilla de Adán. No cabe duda que más dependientes, con menos criterio, sometidas a la voluntad del partenaire, insatisfechas de su condición y con una excesiva querencia del falo, entendiendo este como el arma indiscutible de dominación del mundo según su estrechez de miras. Completamente ingenuas con la maldad. Grave error, tomar la manzana entre siseos de serpiente, el devastador hecho que la convirtió en blanco de furia del género masculino. Abandonar el Paraíso y sus comodidades no es algo que un macho perdone. De aquella seguro que ya existía la pantalla plana de led de 78 pulgadas, las retransmisiones de todos los campeonatos de fútbol y los barriles de lúpulo celestial. Sea por una u otra causa, es un hecho que el hombre desde que es hombre odia a la mujer, sea del tipo que sea. Unas por ser independientes, demasiado activas sexualmente y las otras por ser una copia ramplona y simple de si mismos.

El caso es que las Lilith y las Eva se aborrecen. De ahí que entre nosotras es inexistente la solidaridad entre géneros de una misma especie universal. La memoria atávica nos persigue. 

Unas detestamos de las otras la estupidez intrínseca, el servilismo; la figura florero, completamente insensible a cualquier sentimiento que venga de un hombre; la floja, incapaz de mover un dedo para ganarse el sustento, bueno miento... si que mueven el dedo, la mano y la lengua para pedir la visa...

Las otras desprecian de las unas nuestra manera de encarar la vida. Sin padre, ni madre ni perrito que nos ladre. Vivimos en la libertad de la elección. Amancebarse o no, desde luego, no es cuestión de cifras pero sí del número par o impar de los pétalos de la Bellis perennis.

Ambas abominamos tener que llevar el estigma del reptil que sólo pertenece a una especie: las rastreras. Aquellas que cambian de piel periódicamente. La cascabel cornuda, levanta la cabeza altiva si bien así disimula su condición de engañada. La culebra bastarda, suele ser poco peligrosa. Únicamente el especimen de gran tamaño puede provocar grandes mordeduras. La cobra espupidora, ya es harina de otro costal, esa escupe veneno en las distancias largas. 

Condenar y juzgar.  Juzgar y condenar. El orden no altera el producto cuando se señala aquello que se teme por ser distinto con el dedo acusador y aniquilador. Las envidias son tan insanas como insanos son los instintos de desprotección. Unas y otras, me refiero a los ofidios, se unen con el único fin de infringir dolor, desterrar aquello que perciben como una amenaza promovidas por los celos. No hay nada más letal que caer en la trampa de un nido de serpientes. Pisas a una por error y se te revuelven todas. La suerte te asiste si alguna por accidente se muerde la lengua bífida y muere de su propia ponzoña.

Dominadas todas ellas por el encantador de serpientes y el movimiento de su pungi, la sierpe es sorda como una tapia, por lo tanto, la música es simple deleite para el espectador. Las mejores especies para este tipo de espectáculos son las víboras y las cobras. Hipnotizadas, sin colmillos y con la boca cosida para evitar que alguna se rebele contra la mano que mece la cuna del hostigamiento. Ajenas al triste destino de ser reemplazadas por otras en futuras representaciones.

Todo aquel misógino convencido tiene más puntos en común de lo que imagina con esas víboras que tanto desprecia cuando el viento les sopla en contra. Más de un macho de pelo en pecho se presta al juego sucio del siseo si cae en la rabieta pueril, histérica y sobreactuada de estrógenos si su masculinidad es devorada por su parte femenina.

La debilidad no entiende de géneros. Conozco mujeres fuertes y hombres muy débiles. Ellas no necesitan recurrir a la mentira y ellos, sin embargo, bucean en la falacia con absoluta destreza.

A pesar de que congenio mejor con los varones, me rodeo de unas pocas féminas a las que considero amigas, elegidas y escogidas, tan distintas a las demás por su extraña belleza. La magnificencia del alma transgrede lo interno para ser verbo en lo externo. 

Yo es que soy una hija de la gran Lilith... con eso ya te lo digo todo, gachó.


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