Epitafio


En respuesta a las cartas laceradas y otras incoherencias de Ivanhode (Tomo II)
Las relaciones indiferentes y otras ambigüedades
(En defensa de una niña inocente que confió en un monstruo de maldad real, para nada aparente)


Yace la mala sombra del coco que se come a los niños crudos, tergiversador de letras inocentes y sueños infantiles imposibles. Los monstruos, en el fondo, no son románticos, son patéticos.

Yace el enterrador de cadáveres y profanador de tumbas, ansioso por desterrar los huesos a los que hincar el diente vengativo de la ira airada siempre envenenada. No sabe, el pobre incrédulo, que los espectros no pierden el tiempo que marca el destiempo, sólo dan cuerda al reloj que fabrican los tontos, contando los minutos y sin perder los segundos del tic tac de la ingeniería explosiva que se lleve por delante al cerdo pedante que espera su San Martín. Las ánimas, únicamente se aparecen para saldar las cuentas con los vivos, muy vivos, cuando ponen en peligro aquello que tanto aman en la tierra nutrida por tanto gusano.

Yace colmado de insidia porque no nace la hombría, tan sólo la cobardía disfrazada de gallardía con el pecho henchido si escucha el aplauso público de un mezquino patíbulo en el que colmar la gloría de su deshonra y la desmesura de su poca cordura.

Niño, deja ya de joder con la pelota, recréate con tus propias pelotas y crece. Métete con los de tu baja estatura y deja a los niños de corta edad y a los fantasmas ser felices persiguiendo la luz de la felicidad.



 


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