Mentira compulsiva y convulsa



Mentir es algo frecuente en los niños. Mienten por llamar la atención, ahorrarse castigos, proteger a sus amigos o a sus hermanos. Los hay que crecen hasta rozar sin abrazar la edad adulta  y persisten en la ficción de vivir del cuento de la rinoplastia de aumento.

Los mentirosos confían en que sus oyentes se conviertan en cómplices de sus mundos secretos. Necesitan conseguir el control sobre la situación y provocar los silencios. Las razones de su forma de proceder son exclusivamente vivenciales. A pesar de la repulsa de toda falacia compulsiva  y convulsa, uno termina estremecido de lástima ante un franco napiato que siempre encuentra su centro de gravedad permanente en la estación de los desamores.

Y es que la actitud defensiva y un exceso de detalles y explicaciones no solicitadas siempre esconden un embuste que jamás le pasa inadvertido al entrenado ojo crítico de un impertinente Pepito Grillo, empecinado en inculcar la honradez desde un desafinado arrullo.





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