Pulso a contratiempo



En la quinta del sordo, el silencio campa a sus anchas sin más tregua que el sonido agitado del mascar y el ansia del respirar. La misofonía se vuelve insoportable para el sacro devoto inmerso en la oración. Y mientras Saturno engulle el exceso de mal humor corrosivo e hiriente -soy su úlcera duodenal-, desenmascaro las falsas promesas y burlo las más férreas quimeras de la ensoñación. En el mecenazgo ciego de las pinturas negras, el tuerto es rey.

No está de más agradecer las ínfulas mediocres de una vida denostada, supeditada al maltrato paterno, la madre ausente de emociones, el déspota, la neurótica histriónica y la displicente axiomática con hedores fraternales; los carroñeros cobardes. No está de más demostrar gratitud al pederasta benedicto, al violador abominable, al agresor colérico. No está de más, farfullar palabras de agradecimiento al extraño patético, las celosas afectadas de nistagmo y patetismo, las envidias insanas y los rencores aviesos. 

La maldad nunca es aparente en el mundo hostil del desalmado. Al fin, aprendo a poner límite al ilimitado aguante desabrido de la compasión y así evito holocaustos vacuos.

Soy lo que soy, ungida en la fe de superar demonios. Mido fuerzas, entrenada en la experiencia, el músculo nutrido del esteroide anabólico del propio perdón, concentrada en el divague de aquel que muestra el puño y esquiva la mirada. La vida es echar un pulso a contratiempo, tal vez, hoy, incluso me alce con la victoria. 


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